“Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, El Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.”
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, El Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.”
¿Quién al leer estos versos puede evitar que en su cabeza se dibuje la figura de un pirata?
No podemos negar que la piratería apareció casi cuando el hombre se echó a la mar. Desde los trirremes fenicios de una sola vela, aunque queden pocos registros, hasta la más rabiosa actualidad con el tema de los piratas somalíes, pasando por la mismísima Roma[1], con los vikingos y sus formidables drakkars sembrando el terror por las costas europeas o los piratas berberiscos que tantos quebraderos de cabeza le dieron al emperador Carlos V.
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Trirreme romano |
Pero no haríamos justicia si no mencionáramos, aunque fuera brevemente que fuera de nuestra visión eurocentrista, el problema también existía. En oriente, ya en el siglo XII los wokou japoneses se adueñaron de las costas de China y Corea poniendo en aprietos a la dinastía Ming.
Pero en este trabajo, sin menospreciar a los demás espacios y épocas, nos centraremos en el siglo de oro de la piratería, es decir, el Caribe de los siglos XVI y XVII, caldo de cultivo tanto de las leyendas que han llegado hasta nuestros días como del estereotipo que tenemos.
Intentaremos seguir una estructura lógica que parta de intentar ver al pirata realista e históricamente, trataremos sobre sus costumbres, modus operandi, vida y organización. Se hablará sobre, lo que ahora parece estar tan de moda, el imaginario cultural del pirata. Procuraremos en ese apartado diferenciar los distintos tipos de piratas, así como ver sucintamente como se formaron cada uno de ellos, siempre aclarando desde ya que la delgada línea que los separaba en ocasiones es demasiado difusa como para establecer claras fronteras.
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Drakkar vikingo El imaginario cultural del pirata: “Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar.” Mucho se ha hablado sobre ellos, pero debemos preguntarnos ¿Cómo vivían realmente?, ¿Qué objetivos tenían en sus vidas para dedicarse a una vida tan peligrosa?, ¿Eran tan abanderados de la libertad como el romanticismo nos hace ver?, ¿Cuál solía ser su final, era tan rentable? Como podemos observar son muchas las preguntas que surgen en torno a esta fantástica figura. En este apartado trataremos de darle, en la medida de lo posible, una respuesta, que sin ser absoluta, nos haga acercarnos un poco más a sus vidas. Numerosos testimonios de la época nos los presentan con una piel tostada y arrugada por el sol, encallecida por el salitre y cicatrices por accidentes o las propias batallas. Hemos de pensar que pese a que el romanticismo y el cine nos los muestre como caballeros, si aplicamos la lógica, veremos que son personas hijos de una coyuntura, de una época y si en tierra la higiene brillaba por su ausencia, no tenemos que decir nada sobre lo presente que estaría en los barcos, de hecho el Boston Gazzete llegaría a publicar en 1726 “resultaban muy desagradables y olían muy mal”[1] . Claro que nunca podemos generalizar pues hubo capitanes como Francis Drake, Walter Raleigh, Jean Barth entre otros que vestían con elegancia o tenían costumbres refinadas, pero debemos pensar que estas personas eran en su mayoría corsarios así que no es extraño que conservaran su estilo proveniente de una educación europea. Aunque lo más normal era llevar una suerte de ropajes marineros combinados en función de los botines que obtuviesen. Sabemos que las estancias en el mar eran largas y tediosas, no siempre estaban de abordaje o asediando ciudades. Se dedicaban a sus dos grandes pasiones: el juego y la bebida. Su afición a las cartas y los dados era tan acusada que dilapidaban enormes fortunas, ejemplo de ello podemos verlo en la tripulación del Olones. Tras su asalto a Maracaibo se fueron prestos primero a Tortuga y después a Port Royale a gastar la fortuna y según datos se llegaron a gastar en tres semanas 260.000 piezas de a ocho[2]. Pero si atendemos a un testigo directo, podemos ver como Exquemelin también incide en el tema[3]. Respecto a la bebida, el alcoholismo impregnaba fuertemente sus vidas, bien sea ron antillano, vino, cerveza y un largo etc. Tanto es así que la tripulación del temido Barbanegra estuvo a punto de amotinarse por haberse agotado el ron[4], pero también tenemos casos contrarios como el del capitán Swan que tras una larga navegación fue incapaz de hacer botín debido al frecuente estado de embriaguez en el que estaban sus hombres. Sus naves, modus operandi y vivendi: Deberíamos centrar unas líneas, sobre las embarcaciones, sistemas de lucha y como sobrevivían durante tanto tiempo en el mar. Estos perros de mar preferían las balandras y goletas, ya que al ser embarcaciones pequeñas y de una tremenda movilidad, les permitían hacer pequeñas incursiones a los grandes barcos de las potencias europeas. Un buen número de cañones era imprescindible en el oficio, aunque se primaba más la rapidez y maniobrabilidad como se ha comentado. Recurriendo nuevamente a Hollywood, nos suele mostrar enormes navíos de tres mástiles, cuando en realidad los piratas preferían una modesta balandra que constaba de un único palo o a lo sumo dos, que no superaba su peso las 120 toneladas y que podía alcanzar con viento favorable los 11 nudos (unos 20 km/h). La única pega es que las bodegas no eran muy grandes. Pero como viene siendo habitual y nos seguiremos encontrando, hubo capitanes como Bartholomew Roberts que llegó a usar grandes bergantines de caso 30 cañones y un peso superior a las 150 toneladas. Obviamente casi todas estas naves procedían del robo, a excepción de los bajeles corsarios, que muchas veces eran construidos ex profeso por el país que quería disponer de ellos. No podemos hablar de un modus operandi único, entre los muchos capitanes encontramos asesinos natos como el Olones, piratas cortesanos como Francis Drake, lo que está claro es que sea cual fuere el estilo que tuvieran, ninguno iba a arriesgar su cuello en un cinematográfico duelo a espada, si podían acabar con su oponente de un pistoletazo. Así como tampoco solían enzarzarse en extensos cañoneos pues llevaban las de perder. Buscaban la mayor riqueza posible, con el menor número de bajas. En alta mar escogían cuidadosamente sus presas, a menos que estuvieran agobiados ante la falta de víveres, daños irreparables en el casco, etc. Intentaban que sus presas fueran buques mercantes desprotegidos o sin escolta. Sobre las armas que usaban, tenemos numerosa tipología desde machetes, espadas, dagas, pistolas (que solían llevar varias en los cintos para no perder tiempo cargándolas), sin olvidarnos de los mosquetes y trabucos para intentar hacer fuego granjeado mientras se acercaban a su futura víctima. Su táctica consistía en acercarse a su presa y tras un cañoneo (que procuraban fuera corto) con garfios se acercaban al barco enemigo y saltaban para iniciar una orgía de sablazos y pólvora. Esto me hace pensar en un arma a la que no se le suele prestar mucha atención y es la psicología. Su fama les precedía, sus banderas negras personalizadas (que al contrarío de lo que cree mucha gente estas banderas[5] no eran todas iguales y se popularizaron a principios del siglo XVIII) hacían que la visión en lo alto del pabellón, sembrara el pánico en la nave que las divisaba, llevando en muchos casos a una rendición sin necesidad de luchar. Pese a que los perros de mar tomaron su fama por sus temibles abordajes, no podemos dejar de referirnos a que se realizaron numerosas incursiones en tierra firme. Pese a que la fama se la han llevado los numerosos barcos que realizaban el transporte del metal precioso de Indias a la metrópoli, este metal pasaba por distintas poblaciones donde aguardaba en puerto para ser embarcado, tal como Veracruz, Potobelo y Cartagena de Indias. Se suele atribuir el pistoletazo de salida al ataque de puertos al corsario francés François LeClerc, que se ensañó con Santiago de Cuba en un saqueo que llegó a durar un mes. Pero no fue el único, ya hemos mencionado al Olones en Maracaibo, pero los ejemplos abundan como Henry Morgan que atacó Panamá o Hawkins con Santiago de Cuba también. Si hay algo que llame la atención, es la cantidad de tiempo que pasaban en el mar sin tener que pasar por puerto, ¿cómo sobrevivían? No hay que ser un gran estudioso del tema para saber que se abastecían de los pillajes que cometían. El agua dulce era un bien muy escaso y preciado, si un barco se quedaba sin este bien, debía trasladar a unos cuantos hombres a tierra con barriles y allí debían toparse con un rio, arroyo o fuente de agua para llenarlos. Si había suerte volvían con un agua poco fangosa para cocinar y en casos extremos beberla cuando se acabara el licor. De aquí se puede aventurar uno a concluir porque bebían tanto, aunque quien sabe si sería para aguantar los envites de esta vida dura, lo que desde luego se destila es el porqué se duchaban tan poco. Una expedición parecida requería la leña. Los piratas se alimentaban de lo que encontraban, peces, tortugas, pescado fresco… Aquí debemos reseñar que lo más fácil era comprar comida ahumada a los bucaneros, que curiosamente se convertirán luego en piratas, pero esto se explicará más adelante. - Abella, Rafael. Los piratas del Nuevo Mundo. Editorial Planeta, Barcelona, 1992. - Miguens, Silvia. Breve historia de los... Piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros. Ediciones Nowtilus, Madrid 2010. - Exquemelín, Alexander O. (Edición de Manuel Nogueira). Piratas de América. Historia 16. Madrid, 1988. - Cipolla, Carlo M. La odisea de la plata española. Crítica, Barcelona, 1999. - Merrien, Jean. Historia Mundial de los piratas, filibusteros y negreros. Barcelona, 1970. - Elliot, Julián. Piratas. Historia y vida, 471, 29-55. - Lucena Salmoral M., La Flota de Indias. Cuadernos de Historia 16. Barcelona, 1985. [1] Elliot 2002 , p.40 [2] Elliot, 2002, p.41 [3] Exquemelin, 1988, p.79: “…llevaron a Jamaica el botín adonde llegaron con su gente y disiparon en bien poco tiempo su dinero según las costumbres ordinarias en las tabernas y en lugares de prostitución con rameras. Algunos de ellos, gastan en una noche dos o tres mil pesos, y por la mañana se hallan sin camisa que sea buena […] Entre los taberneros tienen gran crédito, pero de los de Jamaica no se debe fiar mucho, pues se venden con facilidad […] como yo vi hacer con mi patrón, el cual habiéndose hallado con tres mil pesos se halló tan pobre que le vendieron por una deuda de taberna…” [4] Abella, 1992, p.94: Nos muestra el fragmento de los escritos del capitán: “1718. El ron agotado. La tripulación un poco sobria […] Síntoma de motín […] Por fin saqueamos un barco con un gran cargamento de lico; de este modo la tripulación ha entrado en calor; están borrachos; las cosas han vuelto otra vez a su cauce” [5] Abella, 1992, p. 95: A propósito de las banderas, Abella nos cuenta que la “moda” podría fecharse en torno a 1700 cuando el capitán del Poole, balandra de la Armada Real inglesa, divisó el barco del pirata francés Emanuel Wynne, donde en su pabellón recortaba la bandera negra, con una calavera, dos tibias cruzadas y un reloj de arena. |
[1] No podemos dejar de recordar que el mismísimo Julio Cesar fue prisionero de los piratas cilicios en el 75 a.C. como nos cuenta Plutarco en su obra vidas paralelas o que en el 67 a.C. Pompeyo fue nombrado procónsul de los mares para la lucha de los mismos.
Un trabajo muy elaborado, lo sé porque lo leí varias veces en su día :P
ResponderEliminarMuaaaaa!